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Los Bandidos de Saravia

11.04.2020 10:50

 

LOS BANDIDOS DE SARAVIA

Relato enviado por nuestro colaborador C3

El siglo XIX, época salvaje donde regía la ley no escrita del más fuerte, tiempos donde los primeros asentamientos españoles en las nuevas pero desoladas tierras del norte del país eran sinónimo de supervivencia del más apto. El noreste de México no fue la excepción al sufrir todo tipo de calamidades, desde invasiones extranjeras, ataques de indígenas nativos, así como el más común de los delitos, pero no por eso menos peligroso: los horrorosos asaltos a mano armada que a menudo terminaban en víctimas fatales. Tal es el caso de los literalmente terroríficos y demoniacos Bandidos de Saravia.

Los acontecimientos datan durante la década de 1870 a 1880, en tierras del Valle del Pilón, fundadas por el capitán y explorador Alonso de León un siglo y medio atrás durante el dominio del imperio español. En esta basta y deshabitada región, un grupo de hombres malvados, bandidos crueles y sanguinarios, capaces de cualquier cosa para lograr su cometido, vieron su gran oportunidad de fortuna: asaltando, matando, y en algunos casos, mutilando víctimas para luego ofrecerlas en rituales paganos. Eran conocidos como Los Bandidos de Saravia, llamados así por su líder, el brutal psicópata, asesino y hechicero Arturo Saravia. Poco se conocía de él, solo se sabía que era mexicano de origen judío sefardí por el lado paterno y descendiente de Borrados, una tribu local, por el lado materno. Aunque según los datos recabados, este hombre era originario de China Nuevo León, nunca se comprobó alguna ubicación, rancho o propiedad que estuviera bajó su nombre. Sin embargo, lo que si estaba comprobado era su brutalidad con los viajeros y pobladores de toda la región.

Arturo Saravia logró hacerse de un grupo de hombres que seguían sus órdenes al pie de la letra, no importando lo nefastas e inhumanas que estas fueran. Fue así qué Los Bandidos de Saravia crecieron en número. La fama de sus atracos los hizo convertirse en el terror de la región, y las leyendas sobre sus fiestas y rituales paganos horrorizaron a los habitantes. Temían ser secuestrados para luego ser despedazados y utilizados en estas asquerosas actividades.

Cuenta la leyenda que, gracias a estos rituales practicados por Saravia, y su amor al arte obscuro, el cual heredó de su abuela quien a través de un antiguo libro llamado EL Gran Grimorio le instruyó sobre poderíos sobrenaturales, el bandido acumuló una fortuna impresionante, así como una cantidad de robos sin siquiera ser detenido en una sola ocasión. Dominó a la perfección las artes obscuras al punto de que iría un paso más adelante, y sin importarle, se convertiría en un recurrente invocador de espíritus malignos, entre ellos el mismísimo príncipe del Averno.   

            A los bandidos de Saravia se le atribuyeron incontables robos a mano armada, así como decenas de muertes. Su fortuna se abarrotaba en cofres llenos con monedas de oro, joyas, pieles, géneros, entre muchísimos otros artículos de valor. Sus arcas se llenaron y pronto buscaron donde resguardar el inmenso botín. Después de meses de cabalgar por el inmenso valle, encontraron el lugar ideal: una cueva que parecía perderse entre llanos secos y desérticos, donde a simple vista jamás podría ser detectada. Su profundidad sirvió de escondite para los malhechores, ya que muy pronto aparecería otro grupo implacable que estaría en su búsqueda: eran conocidos como la cordada, o bien acordada, un movimiento de autodefensa compuesto por exmilitares y pistoleros que buscaban la paz de la región, irónicamente mediante la violencia e intimidación. Arturo Saravia y sus bandidos se vieron seriamente amenazados, la cordada los superaba en números, y probablemente también en valor, fue así qué el bandido recurriría a su macabra habilidad, y mediante una especie de conjuro precedido por un aterrador trato, la cueva estaría maldita, poseída y protegida por el mismo demonio.

            Sus frecuentes encontronazos con la cordada terminaban en sendas balaceras donde ambos lados sufrían bajas, era entonces que los Bandidos de Saravia se dirigían a la cueva maldita e inexplicablemente jamás eran encontrados. La Cordada se reforzó, pues ya eran muchos los enfrentamientos y aún más los asesinatos cometidos por los famosos delincuentes. Reclutaron hombres valerosos de toda la región, desde el rancho el capadero, el actual Ramones Nuevo León, pasando por el rancho la manteca, los Herrera, rancho el toro, hoy General Bravo, Paso del Zacate, actualmente Dr. Coss, y la cabecera en China Nuevo León. Fue entonces que los resultaron se fueron dando.

Una noche de invierno seco y sin lluvia, como se acostumbra en esa región, La Cordada capturó a 6 miembros de este grupo delictivo. Merodeaban las rancherías límites con el actual General Terán, sin embargo, allí se toparon con gente valiente que les hizo frente. El caos del enfrentamiento sirvió como aviso a La Cordada quien los seguía de cerca. Escucharon el intercambio de plomo y pronto llegaron en apoyo a los rancheros de Terán. No obstante, la gran mayoría del grupo delictivo huyó. Extrañamente, los 6 prisioneros reían altaneros, como si supieran que serían rescatados. Sin embargo, La Cordada fue letal: los colgaron de un enorme cedro y los dejaron allí por más de una semana. El mensaje era claro: acabarían hasta con el último de estos desalmados.

            Fueron tiempos atroces y de calamidad. La respuesta de los Bandidos sería inmediata e igual de escalofriante. La Cordada regresaba a su cuartel después de rondar el enorme valle cuando divisaron unos bultos y costales en el camino. Con cautela desmontaron y se aproximaron, el desagradable olor no les permitía analizar con claridad. Los bultos y costales tomaron forma: Eran 7 cuerpos pertenecientes a una familia entera. Los Bandidos de Saravia se habían desquitado con civiles.

Pasaron meses y años. Los Cordados continuaban peleando y los bandidos se iban acabando. Unos murieron ahorcados, justo a las orillas del rio san juan, muy cerca de la famosa cueva. Otros tantos fueron fusilados en los alrededores de la barranca, pero lo que más disfrutaban los miembros de la Cordada era aplicarles la famosa Ley Fuga: los encadenaban y descalzaban, luego les daban 5 minutos para escapar entre yerbas, nopales, clavillinas, matorrales y espinas, luego los cazaban como animales. Así ejecutaron a la mayoría de los Bandidos de Saravia, hasta que un día, simplemente se acabaron los rumores, no había más tragedias, no había más robos, no había más ritos, y de Arturo Saravia no se volvió a saber nada.

Numerosas fortunas quedaron enterradas en la cueva maldita, convirtiéndose en el mayor tesoro de la región, los lugareños lo sabían, sin embargo, optaban por ni siquiera poner un pie en aquel tenebroso lugar. El rumor pronto se esparció y llegaron personas de diversas partes del estado: cazafortunas, buscadores de tesoros, inclusive brujos. Su sueño era poder encontrar la cueva y sustraer el gran botín. Cuenta la leyenda que el bandido había acordado con el príncipe del infierno que nadie podía llevarse el tesoro, estaba teñido con la sangre de sus dueños, quienes fueron brutalmente masacrados. El demonio custodiaría el tesoro y Saravia le brindaría rituales con almas inocentes. No obstante, el pacto tenía una cláusula: Arturo Saravia sería el último en morir, así sufriría la perdida de todos sus compañeros y todos sus familiares. Sin embargo, Saravia también exigió su demanda; todo aquel que profanara su bóveda, iba a pagar con la vida de un ser amado, precisamente para que sufrieran algo de lo que él había sufrido.

La leyenda se extendió con el paso de los años, personas de toda la república arribaron a la región para intentar extraer el famoso botín. Uno de los casos más sonados fue el del General Bonifacio Salinas, quien mandaría traer a los mejores clarividentes del país para obtener el codiciado botín. El primer intento fue el de Pedro Urieta, un chamán traído desde el mismo Catemaco Veracruz quien según cuenta la mórbida historia, al momento de entrar en trance, justo a la entrada de la cueva, convulsionó de manera alarmante, su boca fue un volcán en erupción de espuma asquerosa y mal oliente ante la mirada atónita de los presentes. El segundo intento fue del reconocido curandero y vidente Mario Chambor, traído de la jungla chiapaneca quien aun tomando precauciones sufrió intensos mareos y vómitos tan solo de acercarse a la entrada del maléfico lugar. Argumentaba un asfixiante olor a azufre el cual no lo dejaba proseguir con su ritual. El último intento sería de Eduviges Rodríguez, una reconocida curandera y experta hechicera residente del famoso ejido la petaca, en el cercano pueblo de Linares Nuevo León, Doña Eduviges presumía que por ser de la región y conocer la historia tendría oportunidad, pero nunca imaginó que al momento de lograr su conjuro e ingresar a la cueva, una angustia incesante inundaría su corazón, un fuerte presentimiento le avisó que en su pequeña ranchería, su hija mejor moría por el ataque feroz de una manada de coyotes rabiosos mientras llenaba tinas con agua en la represa aledaña. El General Salinas se detendría, la cuestión económica no era la razón para encontrar el tesoro, solo lo hacía por ego, quería ser recordado como el hombre que desafió fuerzas sobrenaturales, sin embargo, fracasaría en su intento. Desde entonces, se dice que su gran hacienda, conocida como el mirador, justo a los pies de la barranca, es objeto de sucesos paranormales. 

La maldición de la cueva se había hecho realidad, pero este no fue el único caso. Un año después, cerca de 1924, el famoso cacique Don Anastacio Guajardo había escuchado del intento fallido por parte del General Salinas, entonces quiso intentar por sus propios medios. Guajardo era una persona de carácter recio, al que las historias sobrenaturales no le espantaban. Conformó una expedición para intentar encontrar el famoso tesoro. El grupo se encontró con una escalofriante sorpresa: la cueva ahora tenía portón, labrado con piedra caliza, sellado con azufre, cal, arena de rio, sangre de mula, o tal vez humana. Guajardo sabía de las historias sobre rituales, sin embargo, su avaricia era aún más grande. Su equipo comenzó cincelando aquella gran puerta. Según la historia, una enorme nube grisácea se esparcía por los aires con cada golpe, el olor insoportable de azufre era el claro anuncio de que debían parar, sin embargo, Don Anastacio había prometido la división en porcentajes sobre lo encontrado. Los hombres trabajadores también pecaban de avaricia. Inexplicablemente, un frio espectral los envolvió durante aquellos tensos momentos de trabajo. El nerviosismo se apoderó de ellos, sabían que algo no estaba bien. Eran épocas de canícula en la hirviente región del valle del pilón por lo que el frio les parecía por demás extraño. De pronto, un poderoso remolino se extendió por los alrededores de la cueva, levantando nubes terregosas escalofriantes y tenebrosas. Los hombres observaron casi catatónicos como la silueta de un enorme jinete se paseaba entre el remolino como un actor tras bambalinas. En forma de susurro, el misterioso jinete comentó: Demasiado tarde.

En aquellos escalofriantes momentos, unos gritos desesperados se acercaron hasta la cueva, era Fortunato, otro de los trabajadores de Don Anastacio, venía galopando salvajemente entre las praderas para llevar un mensaje. Sin embargo, durante el trayecto había sido horrorosamente atormentado por sombras amorfas que lo perseguían a la misma velocidad, le susurraron actos innombrables que el mensajero no pudo soportar. Cayó del caballo y continuó sufriendo aquel acoso sobrenatural hasta llegar a la cueva. Una vez allí, entregó el macabro mensaje.

Entre lágrimas, sollozos y un agitado respirar, Fortunato comentó la malísima noticia a Don Anastacio: Doña Raquel Garza, su esposa embarazada, había muerto durante el parto de su primogénito, quién a su vez, también murió ahorcado con su propio cordón umbilical. Don Anastacio Guajardo desistió. Los hombres botaron las herramientas, más aquella tenebrosa nube obscura los perseguiría por el resto de sus vidas, sin poder salir de la miseria, y lo más doloroso de todo; cada uno de aquellos hombres perdería un ser amado.

Mas de un siglo ha pasado, y la cueva maldita sigue al pie del valle desértico de San Rafael, a las orillas de la presa del Cuchillo, si hay algún interesado en visitarla deben de saber algo: Según la historia, las puertas se abren cada amanecer del día de la Candelaria, pero tendrás que llevarte absolutamente todo el tesoro de otra manera, quedarás atrapado entre demonios, espíritus malignos y almas en pena.

De Arturo Saravia solo se supo que, al final de su existencia le contó todas sus fechorías sin excepción a un joven pastor y agricultor de su ranchería. Le explicó a detalle sus atracos impresionantes, sus brutales asesinatos, sus intrépidos escapes, anécdotas terroríficas como sus ritos y sacrificios humanos. Confesó que el guardián de la cueva era nada menos que Ammón, uno de los siete príncipes del averno. De alguna manera, se sintió en plena confianza con aquel joven, había un rasgo en el lugareño que lo separaba del resto de la gente: no le tenía miedo. El bandido comentó que a la última persona en saber sus andanzas había quedado aturdido y perturbado, sin embargo, este joven no parecía afectado por sus historias. Entonces Saravia sintió la necesidad de pasar sus habilidades antes de morir, pero nunca imaginó la respuesta de aquel joven.

  —Veo potencial en ti, chamaco y vengo a proponerte algo…— comentó Saravia.

  —No canse sus palabras Don Arturo, mi respuesta es NO respondió con decisión el joven.

Saravia enrojeció sus ojos enrabiado, a lo largo de su vida, absolutamente nadie le había contestado de esa tajante forma.

  —Te estoy ofreciendo poder ilimitado, sobre todo y sobre todos: dinero, mujeres, excesos, y más aún protección, veo un futuro obscuro, trágico y maldito para ti. ¿y aun así lo rechazas?  expuso fúrico el anciano.

  —Sepa que la única razón por la que estoy aquí es para asegurarme que no haga más daño. Su señor no es mi señor. Mientras usted se entregó al príncipe de la obscuridad y con eso se llevó cientos de almas, yo solo sigo al único señor y salvador de todos: Jesucristo, Cristo Rey.

Los ojos de Saravia continuaban inyectados en sangre, entonces exclamó con decisión y rabia, como en sus mejores años.

—Vamos a ver si tu señor te responde cuando la mierda te llegue al pescuezo. Me juzgas por mi vida, pero has de saber que mis manos ensangrentadas no son nada en comparación a las tuyas. Matarás 70 veces más personas que yo. Por tus acciones sufrían miles alrededor de todo el país, y cuando el momento sea justo, tus hijos y familia serán llamados por mi señor del averno, entonces tendrás que hacer el acuerdo con él, y allí veremos que tan leal a tu señor eres. Esa es mi visión para ti. —Escupió con desdén victorioso el bandido, sin embargo, la respuesta no se hizo esperar.

—Sepa que yo también tengo el Don de la visión, sé exactamente lo que se viene para mí, y mi familia, no me lo tiene que decir. También sepa qué por cada acción negativa, salvaré el doble de gente inocente, y cuando se acerque el momento en que mi familia sea amenazada, haré lo que tenga que hacer, pero todo será por sacrificio desinteresado, algo que usted jamás conoció en toda su vida. Dejaré al justo juez que de su veredicto. A él y solo a él le daré explicaciones. Para terminar, yo también tengo una predicción para usted. Yo soy la última persona con la que usted hablará en este mundo. Mañana solo habrá tinieblas, obscuridad y torturas eternas para usted. Tuvo su oportunidad para arrepentirse, pero ahora es demasiado tarde.

Cuenta la leyenda que después de escuchar aquellas palabras, Saravia se dirigió a la la cueva maldita donde entraría para jamás volver a ser visto. El joven pastor se convertiría en un militar de renombre que sería pieza fundamental en la guerra que se aproximaba: la revolución mexicana.

 

 

 

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